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   El día del libro se origina en el año de 1926 y se establece como celebración el  23 de abril, casualmente, porque en esa fecha nace un selecto grupo de escritores de trascendencia universal como Vladimir Nabokov, Maurice Druon, Josep Pla, K. Laxness y Manuel Mejía Vallejo. Además en ese día, fallecen varios genios de las letras como Cervantes, Shakespeare y el poeta Inca Garcilaso de la Vega.

   Sin duda, el  Día del Libro es de vital importancia para la historia y la literatura mundial,  el cual fue doctamente elegido por la UNESCO, para rendir homenaje a la memoria de un sinfín de extraordinarios escritores, cuyo legado literario, social y cultural promete sucumbirse en la dimensión de la eternidad.

   En el contexto costarricense agrada saber que esta celebración ha venido alcanzando un lugar privilegiado; y ha contribuido a que se aprecie de mejor manera; el trabajo realizado por cientos de autores nacionales, los cuales, mediante sus prodigiosas obras han colaborado con el  desarrollo de la cultura del país.

   La tendencia anteriormente mencionada se ha visto lacerada y afectada por la perorata desabrida de algunos funcionarios del Ministerio de Educación Pública en contra de la novela  Cocorí. Pues los desatinados comentarios emitidos, no solo han afectado el honor y gloria de esta laureada obra, sino también, desvalorizado y socavado indirectamente la  de otros  insignes trabajos literarios, que bien o mal dan cuenta de los momentos históricos vividos por el país.

   Con esa premisa, no se puede desconocer que todo producto literario es histórico y por su naturaleza refleja y representa un imaginario colectivo, que razona y responde alrededor de lo que ve y siente en un espacio temporal determinado. Así las cosas, ingratos seríamos de anular y lapidar los aciertos y desaciertos de una sociedad habida en épocas anteriores, pues dentro de la lógica literaria, todo ello conforma un compendio de hechos y cosas, que dan riqueza y valor significativo a cualquier creación artística.   

   Así coincidimos con quienes apuntan que una obra tiene que causar controversia e incluso polémica, ya que justo ahí, es donde reside su real encanto.  Por ende, la literatura no puede entender y degustar como un producto insípido, inexpresivo y desaborido. Bien como anota el escritor Jaime Ordóñez,  no se debe olvidar que las grandes obras literarias que se han derivado dentro del marco de la actividad humana arrastran una profunda carga ideológica, además controvertidas y combativas visiones del mundo.

   Por lo anterior, sería incomprensible que un programa curricular del Ministerio de Educación Pública que pretenda ser exitoso, crítico y reflexivo, omita literatura sincera y capaz de mostrar sin evasión y censura, las probidades, obcecaciones, antojos, pasiones, ofuscaciones y hasta frustraciones que presenta  el intrincado drama humano. En caso contrario, muchas obras deberían ser descartadas y excluidas de los ojos de los jóvenes estudiantes como Doña Aña de Cortabarría, La Santa Biblia, El Catecismo, Mi Madrina, El Moto, Concherías, Mamita Yunai, Don Concepción y hasta el loable Don Quijote y Sancho Panza; eso sin contar un listón casi infinito de obras posibles, que por sus características potenciales pueden ser incriminadas de irracionales,  paradójicas, absurdas y desviadas de una particular ideología que prevalece en un momento histórico expreso.

   Efectivamente, de concretarse las propuestas del Ministerio de Educación Pública en esta materia, resultarían nefastas y una vil regresión a tiempos del oscurantismo medieval, pues apostar por una literatura que no “transgreda ningún valor” es apostar a la deformación, la mediocridad y el radicalismo patológico de la educación costarricense que de por sí, se encuentra desde algunos años con “diagnóstico reservado”.

   Haciendo eco de lo apuntado, preocupa más que el surgimiento la atención que se pueda brindar a posiciones tan anacrónicas y paranoicas vengan del grupo que vengan, pues  muchos amparados bajo el concepto falso de “raza desvalida" han creado argumentos etnocentristas que les han servido para justificar como referente absoluto y máxime su propia cultura. Esta posición subjetiva, obcecada, reducida  y hasta dogmatizada puede conllevar a enjuiciar y excluir a  las personas con patrones culturales diferentes.

   Si bien es claro, que resulta importante y justo contrarrestar las desabridas y solapadas relaciones de poder y dominio que han predominado históricamente, bajo la supuesta  idea de superioridad genética y cultural de algunos grupos humanos; tampoco se puede negar la existencia de la diversidad cultural costarricense.

   Así por el contrario, la obra Cocorí deja al descubierto que la sociedad costarricense ostenta contrastes y contradicciones, así nos confirma  que en la sangre de los costarricenses corre una inmensa riqueza genética. En fin, ni hubo ni hay tal “blancura” como por décadas se nos ha enseñado, desdeñando así en sectores de la población conocidos como “minoritarios” visión que han mantenido equivocadamente  algunos sectores.

   Con respecto al caso de la obra de Cocorí, las acusaciones que nuevamente lo envisten, hacen relevancia a uno de sus personajes y no al protagonista y sobre todo a la moraleja del cuento, razón de ser de este género, donde el autor dedica más páginas de su libro a la búsqueda de una respuesta existencial que mirar absorto la belleza de la “blanca”. La literatura se presta a interpretación y esa es la magia del arte, quizá Cocorí no necesariamente encontró fascinación en la niña porque era rubia sino porque le regaló un beso y una rosa, algo mágico a cualquier edad. En cualquier caso la crítica y análisis de esta obra debería gestarse con y desde los estudiantes en lugar de simplemente anularla y censurarla.

   Surgen entonces preguntas  irremediables: ¿por qué en Costa Rica no se dedica tanto tiempo y esfuerzo al fomento de la lectura en nuestros centros educativostan carentes de ello?,  ¿por qué no se llama a cuentas a la Asamblea Legislativa al a la Ministra de Educación para reclamarle el por qué cada vez nuestros niños leen menos y nos llegan a las aulas universitarias sin conocimientos básicos?

   El reto más bien, está en preparar a nuestros docentes para que sean capaces de analizar un contexto histórico y social tan trascendental como la década de 1940, cuando el libro Cocorí se publicó por primera vez en 1947. El aprendizaje sobre como convivir, sobre la relación individuo- colectividad  es tarea de todos y el MEP desde su propuesta curricular de Ética, Estética y Ciudadanía; está en la obligación al educar para la vida y la convivencia de enseñar con un enfoque  integrado de disciplinas  que permita no solo el conocimiento sino también el desarrollo de destrezas y habilidades.

Gracias don Joaquín Gutiérrez, gracias Cocorí.

Cátedra de Historia