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Por Mag. Ronald Obaldía González*

     Reconozcamos a Francia entre las naciones occidentales, gestoras del liberalismo en la era moderna, al lado de los preceptos de la república, una concepción filosófica de organización y orden social. En ella, como en casi toda Europa, antes había tenido lugar a plenitud el sistema feudal, principalmente a comienzos del Siglo lX, o sea en la Edad Media, cuando hubo de ser además víctima de la expansión islámica. Aún así, el territorio galo, así llamado por los romanos, llegó a convertirse, en alianza con la Iglesia Católica, en una de las grandes potencias comerciales y culturales, especialmente entre el Siglo X y Siglo Xlll.

     El feudalismo, un edificio social jerarquizado, se basó en la producción agraria y civilización rural. En ese ciclo histórico, el poder había sido ejercido, de modo absoluto, por la monarquía, la aristocracia y la Iglesia. Todas estas clases e instituciones hegemónicas vivieron rodeadas de privilegios; avasallaron la mayoría de la población, compuesta por masas de campesinos empobrecidos. Lo cual presagiaba una inminente ruptura y cambio social.

     Superado el episodio del régimen antiguo, la burguesía y el pueblo constituyeron un bloque histórico, con la vista puesta en la construcción de un sistema social, favorecedor de la producción o revolución industrial, la libertad de comercio y la civilización urbana. Se instauró, gradualmente y con tropiezos, la república, tras el impulso de la Revolución Francesa (1789), resistida por el resto de Europa feudal y monárquica.

     La ilustrada Revolución impuso un nuevo orden político y económico, ocupado en su primer momento de confiscar y nacionalizar los bienes de la alta jerarquía feudal. La resistencia europea contra el novedoso esquema social francés derivó en la invasión germana al territorio francés. En cierta medida, este hecho comportó el desencadenamiento posterior de una diversidad de disputas y rivalidades entre las potencias europeas, así como el auge de corrientes ideológicas, que hubieron de impactar luego el equilibrio y el balance del poder (Henry Kissinger, sf) de la sociedad europea, en su conjunto. Fenómenos que podrían tener a la vez un alto grado de vinculación con el florecimiento de las corrientes ultranacionalistas y radicales, que estremecen, en este instante, la política europea, en cuenta a Francia, principalmente.

    Simultáneamente, la Revolución proclamó la democracia, fundamentada en “la igualdad por naturaleza del género humano”. Por lo tanto, se concebirá un Estado unificador, soberano, representante de la ley, nacido del consenso popular y de la división de poderes, con sentido nacional e identificativo, praxis que retoma, en exceso, la radicalizada Marine Le Pen, líder del Frente Nacional.

    Asimismo, habría de tener lugar la Declaración de los derechos del hombre, la cual reconoce la inviolabilidad de la propiedad privada, la igualdad de todos los hombres ante la ley, así también el derecho del pueblo a la resistencia frente a la autoridad arbitraria y abusiva. Imaginemos entonces los cimientos axiológicos y seculares de la revolucionaria Declaración, contrastantes con el Islam político. Todo ello, coincidente y concatenado con los eventos de siglos pasados, cuando se había reflejado el antagonismo y la aversión europea (y francesa) hacia ese credo religioso, abundante en tesis que reniegan de los principios de la libertad y la tolerancia.

    La Revolución francesa, la cual hubo de caer en manos de la burguesía, dio a la vez fisonomía al sistema de producción capitalista y la república liberal. Alteró no solamente un orden arcaico, sino que contribuyó ampliamente a transformar las instituciones europeas; sentó las bases ideológicas, doctrinarias de nuestra civilización occidental, dada la influencia de prominentes pensadores humanistas, que trascendieron de manera global.

     Respecto a los altibajos de la Revolución, en cuanto a la consolidación de la república, hay que hacer mención a uno de ellos: la entrada en escena del imperio de Napoléon Bonaparte (1804 - 1815). A pesar de su despotismo y rapaces conquistas territoriales, de carácter bélico, en buena proporción de la Europa Occidental y Central; aun así, se le atribuye a él la vigencia del Código Napoleónico, con lo cual instituyó la primera estructura constitucional republicana, de los cinco ajustes políticos y jurìdicos, los cuales han dado vigor a la República Francesa.

     A ella (la Revolución) le debemos el vocabulario político, compuesto de símbolos, palabras e ideas políticas, con las que vivimos hoy (Jean Touchard, 1977), las cuales datan de su período más inmediato (1789 - 1815), ya sean los conceptos de derecha e izquierda," Directorio", sufragio universal (masculino), patria y nación armada, golpe de Estado, burguesía, el ascenso social e individual, los movimientos populares - las comunas y los jacobinos como sus antecesores- , asamblea nacional o general, propiedad común, la abolición de la propiedad privada (fuente del marxismo, al igual que la experiencia de la Comuna de París en 1871), el culto a la razón, lo secular, la defensa de la soberanía nacional, etcétera.

     El sentimiento u orgullo nacionalista e imperial quedó firmemente arraigado en Francia, lo cual modeló su propio comportamiento internacional. Siguiendo los pasos de los ingleses, holandeses, belgas, portugueses en la estrategia del reparto del mundo, en la búsqueda y la acumulación de materias primas y el dominio de las rutas marítimas comerciales, los franceses conquistaron y colonizaro múltiples territorios del Medio Oriente, África - especialmente Argelia (1830) - , Asia, el Océano Pacífico, la Indochina y América.

     Entonces, identifiquemos una Francia, con profundo arraigo republicano; una potencia global y colonialista, centralizada y autoritaria, al tiempo que logró rescatar los territorios de Alsacia y Lorena, despojados por Alemania en la guerra de 1870. Tales antecedentes expansionistas y hegemonistas ofrecen una especie de “reversión paradójica”. Es decir, "un bumerán", por cuanto tal predominio, en la mayoría de las veces, arrastró expoliación, iniquidad, división religiosa y cultural, inestabilidad política y social en los confines subyugados.

     Aquel dominio de ultramar, con el paso de los años, vino a parar en una incertidumbre, e inmanejable, a causa de la extrema complejidad del terrorismo yihadista de nuestros días, el cual viene mortificando a Europa, en particular las antiguas potencias colonialistas, y que en esta etapa se reúnen en coaliciones militares, con tal de derrotar el violento fundamentalismo islámico en el Medio Oriente y Afganistán.

     Lo cierto es que de potencia colonizadora, desde décadas atrás Francia experimentó un repoblamiento, semejante a un país colonizado por quienes otrora fueron sus súbditos, sean los árabes (musulmanes sunitas), los africanos y gente del Asia meridional - no pocos de ellos refugiados, que escapan de las guerras locales -, destinatarios también de las costosas transferencias del sistema de seguridad y protección social, bastante debilitado, según la opinión del público. Entiéndase un fenómeno inmigratorio que resienten y adversan los franceses nativistas xenófobos y racistas; de lo cual acusan al proceso integracionista representado por la Unión Europea, en razón de sus políticas migratorias, permisivas, de fronteras abiertas.

    Por eso, han florecido conductas y reacciones antieuropeas, que calzan con el ultranacionalismo y el extremismo radical, opuestos a las instituciones comunitarias de la integración continental, en cuenta la zona económica y monetaria común, hasta cierto punto rasgos patrimoniales, afines al neo-nazifascismo.

     Las credenciales y estigmas de nación imperial, condujeron a introducir a Francia a la Primera Guerra Mundial. Terminó sufriendo cuantiosas pérdidas económicas. En línea con su temperamento imperial y colonialista, en alianza con las otras potencias tradicionales, se impusieron graves compensaciones y reparaciones de guerra a la derrotada Alemania. Hasta exigió su desarme. Lo que siguió, la historia se ha encargado de relatar, explicando la respuesta de la sociedad alemana - los galos llevaron la peor parte - frente a los excesos europeos, que vinieron a reducir la moral y la estima nacional, en lo cual la nación gala fue la principal artífice. Puso en evidencia los antecedentes de potencia inescrupulosa. Sin embargo, la historia posee el atributo de cobrar facturas, el precio de estas fueron al máximo desventajosas contra París.

      En la ll Guerra Mundial la nación francesa fue víctima de la humillante y apabullante capitulación a manos de la Alemania, dirigida por el régimen nazifascista de Adolfo Hitler. El führer llegó a ocupar (1940) más de la mitad del territorio francés, siendo esto de los mayores traumas históricos del pueblo galo. Le sobrevino un enorme descrédito y desprestigio, al extremo que se cuestionó la determinación de habérsele concedido - con tal antecedente - un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), una vez instaurada la organización multilateral. En cambio, el correcto desempeño de lasgrandes potencias aliadas –Estados Unidos de América, la Unión Soviética, Gran Bretaña y China Comunista – frente al eje nacional fascista, compuesto por Alemania, Italia y Japón, bien justificó ese "derecho natural" de conformar de manera vitalicia el principal órgano de la ONU.

    Con la rendición, la nación francesa desdibujó su propia historia llena de poderío, pasando de lo sublime al demérito. Más bien fueron las tropas soviéticas – rusas las que hicieron el sacrificio mayor en la guerra de Normandía, para liberar su territorio del nazismo. Por eso no es de extrañar el habido acercamiento francés con el Pacto de Varsovia en tiempos de la Guerra Fría, imitado ahora por la ultranacionalista y antieuropeísta la carismática Marine Le Pen, y su Partido Frente Nacional, en las nada casuales y fraternales conversaciones con Vladimir Putin; por cierto acérrimo enemigo y saboteador de los postulados de la Unión Europea - de la cual ha obtenido mayor provecho Alemania, el eterno rival de franceses y rusos - , así también de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

     El declive galo en cuanto a potencia global corrió más allá de la capitulación. Poco después de la conclusión de la ll Guerra Mundial, Francia inició un brusco periodo de pérdida de hegemonía sobre sus colonias. Por su parte, le ha sido difícil reconocer - por orgullo nacionalista - el haber sido de las mayores naciones del viejo continente,  beneficiarias del Plan Marshall estadounidense; asistencia que le hubo de permitir la modernización de su industria, fomentar la investigación científica, lograr la estabilidad económica, aumentar 47% el ingreso per cápita, avanzar en seguridad social; y hasta convertirse en potencia nuclear.

     En el Tercer Mundo emergieron los movimientos de liberación nacional, las tesis de la descolonización, habida cuenta del espíritu de democracia y de legitimidad global de los derechos humanos, enarbolados, en aquel entonces, por la incipiente Organización de las Naciones Unidas, unido al otro factor estratégico: la fuerza de la Internacional Comunista, la cual ganaba prestigio, a causa de su colaboración para acabar con la alianza fascista. Fueron de lo más traumático y desmoralizador para los franceses las guerras anticolonialistas y de independencia de Argelia (1954), la del mismo Vietnam, cuya ebullición arrancó en esa misma década de 1950. Desgastaron la república. Otra vez su identidad nacionalista es golpeada.

    Arribamos a la revolución de 1968, la cual lesionó las bases liberales, desvirtuadas por gobiernos semi-autoritarios e impopulares. Lo cual dio cabida a nuevos movimientos contestatarios, entre ellos, los reclamos por la libertad de cátedra en las universidades, los activistas sociales de la talla de los ambientalistas o verdes, las voces antinucleares, los feministas, la comunidad gay.

     La fuerza de tales corrientes hicieron posible el ascenso del gobierno socialista de Francois Mitterrand en 1981, bajo una coalición con los marxistas. El nuevo gobierno practicó nacionalizaciones de algunos sectores económicos clave, e impulsó una agresiva política social. La derecha liberal debió acomodarse a la emergente recomposición de fuerzas, lo cual hizo inevitables las transacciones con los denominaciones izquierdistas. Razón por la cual se aceleró el esquema de la "cohabitación", a través del cual los liberales y la izquierda conformaron gobiernos de unidad pro - europeos; entre ambos se dividieron el poder gubernamental. Eso sí, se retornó a las privatizaciones, pero se conservó la polìtíca social, decretada por Mitterrand.

     El pasado de decadencia del nacionalismo francés, el predominio del bloque unitario europeo, al igual que las transacciones, y entendimientos entre liberales y socialistas (la cohabitación) fueron los factores determinantes que dieron un renovado impulso al ultranacionalista, antisistema, xenofóbico Partido Frente Nacional, el cual hizo una campaña exitosa por el NO en el referéndum de la Constitución Europea, el que venció por un 55%, frente al 45% del SÍ.

     Jean- Marie Le Pen, un exparacaidista nacido en 1928, que combatió en las guerras coloniales de Argelia e Indochina, fundador de dicha denominación política, estuvo bastante cerca de haber triunfado en las elecciones presidenciales del 2002. Su hija Marine Le Pen retomó el liderazgo del partido; como mínimo, ella podrá llegar a la segunda ronda en los comicios de este 23 de abril. El gobierno socialista de Francois Hollande es objeto de una subrayada desconfianza popular; los partidos de la derecha liberal están sumidos en desentendimientos; varios de sus líderes han debido enfrentar cargos de corrupción.

     Al intentar desmarcarse, dudosamente, del neofascismo, la excandidata Le Pen proclamaba el retorno a las fuentes del nacionalismo francés, esta vez para rechazar abiertamente las migraciones y los flujos de refugiados, provenientes del Oriente, Asia y África, la gente que ejecuta los trabajos desechados por los nativistas. Es decir, se trata además de las expresiones o las tesis del antieuropeísmo, signado por el triunfo del Brexit de Inglaterra. Ella ha sembrado expectativas alrededor de la presidencia del líder anti - sistema Donald Trump, gestor de la fusión de los movimientos entre la gente blanca estadounidense y europea.

     La excandidata atacaba a los proeuropeos partidos socialistas, los liberales, los de la derecha conservadora, estos herederos del pensamiento del general Charles de Gaulle - quien se enfrentó a la ocupación nazifascista - , al responsabilizarlos del "crash" financiero del 2008, del estancamiento económico y científico, el desempleo, de los abismos entre las distintas clases sociales. La carismática candidata, pudiera que salga con "un domingo siete" en los comicios de este abril. En política todo es posible.

   Tengamos presente que, "a modo de efecto dominó", las corrientes políticas de la extrema derecha, ultranacionalista, antisistema, xenofóbica, y hasta racista, se han multiplicado por Europa entera, incluso, peligrosamente en Alemania, en donde el nazifascismo se incubó en su momento. En los diversos procesos electorales del continente acumularon terreno. Al mismo tiempo, hace uso de un discurso social populista, por el cual atrae a las capas sociales de menores ingresos, desfavorecidas de las políticas (globalizadoras) de la apertura comercial, la desregulación financiera y la libre movilidad de los factores de producción, institucionalizadas por la Unión Europea.

     A la vez dichos movimientos radicales proclaman los preceptos de economías y mercados autárquicos, así como del orden político riguroso, al devolverle los poderes tradicionales al Estado Nacional. Se censura a las clases dirigentes tanto nacionales como las del bloque comunitario, a quienes acusa de burocráticas, corruptas e ineptas, quienes abrieron las fronteras al integrismo islámico, éste propulsor de la anticivilización, además de acucioso en lo tocante a extender el terrorismo, así como otros símbolos religiosos ajenos a los valores y normas occidentales.

     Solamente en Francia viven más de 6 millones de musulmanes sunitas; se supone que varias agrupaciones suyas tienen tentáculos con los yihadistas sunitas del Medio Oriente. La islamofobia, excelente material político para Le Pen, del cual tampoco se escapan varios partidos tradicionales europeos proclives, a veces, a las medidas anti - inmigratorias y ultranacionalistas.

     El acto terrorista de este mes en Gran Bretaña amplía el entusiasmo de los franceses hacia la hermosa rubia, apenas menguado por el triunfo de los liberales en las recientes votaciones de Holanda, donde la ultraderecha había retomado empuje después del asesinato del cineasta (anti - Islam) Theo van Gogh. Aunque Marine perdiera las elecciones francesas “todavía la amenaza del ultranacionalismo y el extremismo ersiste”. Lo peor que pudiera pasar es que sea exportado a América Latina. Mientras tanto, continuemos fomentando as voces dominantes, que tengan relación con los valores de la democracia pluralista, el Estado de derecho y el libre comercio. Y también pensar y actuar con misericordia ante el débil y el caído.

*Mag. Ronald Obaldía González (Opinión personal). Correo electrónico: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.