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A lo largo de la historia, el trabajo asalariado adquirió extraordinaria importancia con el advenimiento de la máquina y con la aparición del capitalismo moderno. Sin embargo, a medida que las consecuencias de este nuevo régimen de trabajo se hicieron sentir con todo rigor, el trabajador se convirtió en mercancía susceptible de compra y venta, lo cual dio cabida a la conformación de un proletariado sediento de justicia y necesitado de numerosas reformas que conllevaran a convertir el trabajo en una actividad más humana y digna.

    Inmersos en este ambiente de lucha y de reivindicación, destacó el ingente protagonismo de la Federación Americana del Trabajo que reunía a trabajadores tanto de Estados Unidos y Canadá. Bien trascendieron en las páginas de la historia, por emprender una encomiable lucha por establecer la jornada de ocho horas en octubre de 1884. En particular, la mayor parte de las actividades combativas iniciadas alrededor de esta mar de contrariedades se concentraron en la ciudad de Chicago, visto como el centro industrial más importante en aquel entonces. 

    Años posteriores, el primero de mayo de 1886, estalló la gran huelga, que desencadenó días después, una nueva manifestación de los trabajadores, la cual fue brutalmente reprimida y que dejó como saldo la cuantiosa pérdida de vidas humanas.

    En consecuencia, esta acción provocó la furia de los trabajadores y la aparición de un nuevo mitin, que tiene su desenlace con una verdadera batalla campal y el encarcelamiento de los principales líderes obreros del movimiento; quienes en juicio devenido fueron condenados a morir en la horca.  

    Así, conocidos como los Mártirez de Chicago por todas partes del planeta, murieron con dignidad proclamando su fe en la clase obrera y en la victoria final que iban a tener. En honor a la memoria de estos mártires es como se instituye el primero de mayo como una fecha de combate en el que la clase obrera tradicionalmente reclama sus reivindicaciones, además hace un balance de lucha y demandas inmediatas.

    Tal es la sombra y el sentido histórico del primero de mayo y no de fiesta, que nos obliga a perpetuar en nuestra memoria el espíritu de estas valientes personas, mediante la reflexión de la deplorable situación de 200 mil compatriotas desempleados, que, sumidos en la incertidumbre y en la miseria, están imposibilitados a cubrir sus necesidades básicas y la de su familia.

    Al igual que esta gesta, existe infinidad de ejemplos en los que la sociedad costarricense a lo largo de la historia, que haciendo uso del reclamo y de la negociación social llegaron a impulsar y obtener el reconocimiento de sus derechos.

    En virtud de lo anterior y como se ha mencionado otras veces, debe preocupar la constante que se ha venido presentado en los últimos meses, donde la tradicional Costa Rica se ha visto sumida en un escenario de desencuentros en lo que ha estado ausente la  negociación, la prudencia, la convención y todos aquellos acuerdos históricos esenciales que han facilitado la cultura del diálogo para alcanzar la paz social y con ello, la construcción de nuevos juegos políticos.

    En general, todo esfuerzo convenido y dialogado puede alentar prácticas de buen gobierno, favorecer la paz y la estabilidad en el plano social y laboral, que tanto hoy Costa Rica extraña. Es preciso recordar que el trabajo es un derecho humano, y que el verdadero reto no despedir personas ni bajar salarios sin ningún criterio técnico, sino brindar a las personas y sus familias condiciones adecuadas para su desarrollo. Es necesario, evitar caer en el error de considerar a los salarios como meros "gastos". En este sentido, la verdadera discusión radica en comprender la diferencia entre salario mínimo y salario digno, y sus implicaciones sociales. 

 Cátedra de Historia de la UNED