Por Licda. Nancy Castro Araya*
Somos herederos de la historia. Somos el producto de los distintos rostros y culturas que se han mostrado al sol. Así como somos herederos, nuestros pasos se unen a los de los demás para dejar también una huella de la que surgirán los seres humanos del mañana.
Quizás la herencia que hemos recibido, una herencia de guerra, de hambre, de injusticia, de dolor en su mayoría, no nos parezca aceptable; pero de ninguna manera es posible meter mano en el pasado para erradicar lo negativo. Lo único por hacer con ese cúmulo de hechos que nos ha formado es aprender, analizar y cambiar de ser preciso. La herencia recibida es intocable, no así la que estamos forjando.
Un solo ser humano parece insignificante entre la vasta humanidad, pero cada persona es un hilo distinto de ese manto que juntos entretejemos con la mano del tiempo. Por lo tanto, cada quien afectará a aquellos con quienes establece relaciones; un individuo tiene la capacidad de cambiar una pequeña o gran parte de su contexto social. En este sentido resulta preponderante la labor docente, misma que ejerzo desde hace doce años.
Todo parece “magnánimo”, una labor casi altruista. No obstante la desvalorización en que se ha sumido nuestro trabajo, la poca estima que muchos colegas también le dan a su propia función y los pequeños desencantos que día a día corroen silenciosamente, enturbian y quieren apagar la llama.
¿Cómo he sobrevivido? ¿Cómo he soportado los constantes problemas salariales con que me ha afectado y me perjudica actualmente el Ministerio de Educación Pública de Costa Rica? ¿Con qué motivación sonrío al estar con mis estudiantes? En primer lugar se encuentra el aspecto social que siempre me ha fascinado. Guillermo von Humboldt dijo: “En el fondo son las relaciones con las personas lo que da valor a la vida”. Y si de fraternizar se trata, ¡nada como el universo de las aulas!
*Licda. Nancy Castro es docente de Español y escritora. Es egresada de la Universidad Nacional de Costa Rica. Correo electrónico: